Schwemblin y Arreola: dos cuentos de trenes

 

Hola a todos después de mucho (demasiado) tiempo. Una a veces se atropella con las cosas que quiere contar y termina no contando ninguna...


Hoy vengo a hacer un pequeño comentario sobre dos cuentistas muy buenos en mi humilde opinión: Samanta Schwemblin y Juan José Arreola.


Samanta, a la que tuve el placer de conocer el año pasado en la firma de libros de El buen mal, su última publicación de cuentos, destaca por su gusto por lo grotesco y neogótico. Pero también por la literatura fantástica heredada de la tradición literaria de Borges. Lo fantástico en su caso no apela a un mundo de fantasía, tal y como se puede interpretar si no se conoce del todo, sino que se refiere a un mundo cotidiano en el que un hecho singular produce una quiebra en el orden, generando de esta manera un acontecimiento único, diferente. 

Al final lo fantástico se sitúa en un punto entre lo real y lo irreal, lo posible y lo imposible. Características también ligadas al concepto de “lo extraño”, que para Todorov “relatan acontecimientos que pueden explicarse perfectamente por las leyes de la razón, pero que son, de una u otra manera, increíbles, extraordinarios, chocantes, singulares, inquietantes, insólitos y que, por esta razón, provocan en el personaje y el lector una reacción semejante a la que los textos fantásticos nos volvió familiar”.

Aunque este concepto de lo extraño es acertado, no será el que aparezca en los cuentos que quiero comentar ahora ya que no tienen una explicación racional y van ligados más bien al concepto de unheimlich.


Schwemblin hace uso de lo unheimlich, término alemán heredado de Freud que denomina “lo siniestro” o “lo aterrador”. Literalmente se refiere a lo que no viene de casa, y, por lo tanto, no es familiar. Puede ir ligado a lo interno, haciendo referencia al subconsciente, ya que no todo lo que no es cotidiano causa una sensación siniestra. Ambos términos: fantástico unheimlich, están ligados y aunque no signifiquen lo mismo, para llegar a lo siniestro es necesario emplear lo fantástico (y no tiene por qué hacerse a la inversa). Con este término, por lo tanto, se enmarcan ciertos tópicos como la locura (o el descontrol por el dominio de lo racional)

 

Por otro lado, Juan José Arreola fue un escritor mexicano que en sus breves cuentos hace uso de lo irónico-humorístico. Sus cuentos tienen grandes influencias borgianas de lo fantástico además de las mencionadas anteriormente con Schwemblin. Arreola sirvió de influencia también para Juan Rulfo en su gran cuento Pedro Páramo, que le ayudó a corregir.

 

Después de esta presentación, que más o menos nos ubica en la producción y estilo narrativo de ambos escritores, vamos a hablar de los dos cuentos en los que más convergen los estilos narrativos. Estos son: Hacia la alegre civilización de Schwemblin y El Guardagujas de Arreola. 


 

En el relato de Schwemblin Gruner, el personaje principal, se verá envuelto en un gran problema: la imposibilidad de regresar a la Capital (cuyo nombre no se indica) en tren por no tener el dinero justo para un billete. Lo que parece que se va a solucionar al día siguiente termina convirtiéndose en una pesadilla de la que no puede salir, pues hasta que no consiga el dinero preciso, no va a obtener el billete.

 

El problema en la historia aparece cuando hay una imposibilidad total de conseguir el cambio justo, ya que no puede negociar con el vendedor, ni conseguirlo de otra manera. Además, descubre que el tren que tiene que tomar para ir a la Capital deseada, nunca frena en la estación, pues nunca hay nadie que pueda subirse a él. El vendedor de boletos, que se llama Pe, siempre hace señas para que el tren pase de largo, y parece molestarse cuando Gruner intenta conseguir el dinero para el boleto. En un primer momento Gruner reniega de la hospitalidad de Pe, al que pretende denunciar al llegar a la Capital. Sin embargo, el frío y el hambre vencen, y termina entrando en la casa donde vive con su mujer, Fi. Ahí el olor a comida y el calor terminan reteniéndolo. Poco a poco Gruner irá conociendo a otras personas como Cho, Gong y Gill, que trabajan en el campo junto a Pe.

 

Es en la segunda parte del relato cuando Gruner se da cuenta de que el resto de las personas que están ahí, conviviendo junto a Pe y Fi, tienen el mismo problema que él: ninguno puede ir a la Capital porque nadie tiene el dinero justo. Entre todos idean un plan para conseguir parar el tren que Pe nunca deja frenar. Cuando finalmente consiguen que el tren pare en la estación, comienzan a bajar de él centenares de personas que la llenan. Mientras, Gruner y sus tres amigos consiguen subir al tren por fin y ponen (supuestamente) rumbo hacia la Capital.

 

La historia funciona como un bucle del que es imposible salir. Puede parecer una especie de limbo en el que estas personas (oficinistas, abogados, empresarios) han quedado atrapadas por cuestiones que desconocemos. Cuando Gruner se incorpora a este bucle no es consciente, pues nada ha cambiado con respecto a la normalidad, y eso es precisamente lo aterrador del cuento: la posibilidad que plantea de que pueda pasarle a cualquier persona. Ni siquiera al final, cuando parece que han salido de este círculo cerrado, da la sensación de que hayan conseguido escapar, sino que han entrado en otro bucle de otras características. Esto se percibe por las conversaciones que mantienen los viajeros al bajar en la estación: “Pensé que nunca podríamos bajar – y llora”. Desde luego, parece que estos pasajeros han experimentado las mismas vivencias que Gruner y sus compañeros, y que, por lo tanto, cuando estos suban al tren, les sucederá lo mismo que a estas personas que bajan. Algo así como otra fase de lo eterno, que se representa precisamente como un circuito de tren (visualmente muy acertado) que no tiene un destino, sino que se une infinitamente.

 

Lo que para nosotros resulta algo cotidiano (como la acción de ir a una estación de tren para viajar) acaba en este cuento convirtiéndose en una pesadilla circular de la que parece imposible escapar; incluso aun cuando se cree que se ha conseguido. ¿Cuántas veces ha pasado que han tenido que devolver cambio por no tenerlo justo? Eso mismo es lo que explota Schwemblin, los posibles sucesos extraños dentro de acciones normales.

 

En este cuento de Juan José Arreola el personaje (o forastero, que es como se presenta) querrá ir a una localización exacta, que tiene por nombre “T.” y el guardagujas de la estación de tren en la que se encuentra le intentará persuadir para que no lo haga.

El guardagujas le cuenta al forastero los problemas de los trenes que pasan por la estación: muchos de ellos nunca llegan al destino y dejan a los pasajeros en cualquier otro, donde fundan nuevas ciudades; otros descarrilan, por la existencia únicamente de un raíl, y los muertos se llevan en un vagón-cementerio. También le advierte de que quizás crea haber llegado a la estación correcta, pero que sin embargo se trata únicamente de una ilusión falsa hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el lugar de una ciudad importante”.


Sin duda, lo lógico tras escuchar estas palabras sería no coger el tren, pero no es lo que sucede en este caso, pues el forastero parece muy convencido de su propósito. Al final, cuando llega el tren resulta ser el que necesita para llegar a la estación. ¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice usted que se llama? 

¡X! – contestó el viajero.

 

Esta historia breve contiene muchos rasgos de tipo fantástico bajo los que subyacen críticas y comentarios tanto reflexivos como políticos.

Empezando por el personaje del forastero, que carece de identidad pues es un hombre anónimo y que podría ser cualquiera. Esto podría verse como una falta de identidad en la sociedad hispanoamericana (que busca, con movimientos literarios encontrar la suya propia), pero también puede significar el anonimato general del hombre moderno e industrializado, al igual que en el cuento de Schwemblin. Esta segunda idea tendría sentido, además, si se tiene en cuenta el lugar en el que se ha situado la trama: una estación de ferrocarril. Es decir, el invento por antonomasia de la revolución industrial y el consecuente acercamiento de la sociedad latinoamericana (y también europea) al avance y la producción. 

Sin embargo, esta modernidad que describe Arreola no es idílica, sino que más bien parece nefasta. Por ello, a través del personaje del guardagujas y su descripción casi absurda de cómo funciona el ferrocarril en México el lector puede interpretar una crítica bastante directa hacia las condiciones reales de esto mismo. Y es que se puede leer entre líneas la idea de esa “modernidad inacabada o casi inexistente” de estos países.

 

En este punto se pueden entrelazar varios conceptos, y podemos entender el cuento como una crítica a la industrialización que a la vez reduce lo identitario, y sin embargo son los propios trenes los que permiten llegar a lugares recónditos, que es en esencia México (por su gran dimensión). Puede ser una disconformidad hacia la industrialización, pero también puede leerse como la disconformidad hacia la mala industrialización.

 

También hay una gran crítica hacia el totalitarismo, que se centra en los trenes que los dirigen personas superiores para que los pasajeros lleguen a sitios recónditos y creen una nueva civilización. Hay un gran peso de lo que es el poder en su máximo exponente, pero también parece una alusión al colonialismo y a la expansión forzada (que muchas veces crea desarraigo). El control ferroviario hace que las personas no sean dueñas de su destino, que parece algo ilusorio y falso.

En este caso el tren, pese a todo lo que cuenta el guardagujas, llega a su destino, y el forastero tiene una realidad que no es, pues, aunque su caso es aislado, no va nunca a creer al guardagujas. El papel del viejo también funciona como oposición a la modernidad.

 

La similitud más evidente es el escenario en el que se sitúa la trama en ambos cuentos: una estación de tren. Esto, en el caso del de Arreola funciona como una crítica hacia la industrialización (o la mala industrialización) llevada a cabo en América. En el caso del cuento de Schwemblin puede funcionar también como la automatización que supone la industrialización en las personas, que comparte con El guardagujas en cuestiones como el anonimato del personaje y la obsesión de este con llegar al punto concreto. Aunque en Hacia la alegre civilización el personaje no es anónimo, sí hay una generalización en los oficios de los que quedan ahí retenidos (oficinistas), y eso, de una forma u otra, les resta personalidad individual y los convierte en caracteres tópicos.

 

El hecho de que ambos cuentos persigan llegar a un lugar concreto también es un punto en común. Sin embargo, en ninguno de los dos casos se llega al destino, aunque parezca que sí. ¿Cómo nos damos cuenta de esto? Bien, en el cuento de Samanta da la sensación de que Gruner y sus amigos entran en otro bucle cuando por fin consiguen parar al tren. Por otro lado, en el cuento de Arreola, durante todo el rato el forastero insiste en querer ir a “T.” y, sin embargo, al final, dice lo siguiente: ¡X! – contestó el viajero.

 

Claramente el hecho de que el personaje diga “X” es intencionado, porque como todo en la historia, proporciona cierta inseguridad e incertidumbre sobre el mensaje que se está recibiendo. Ademas, en la línea de los nombres, también aparecen similitudes en ambos cuentos, pues casi todos tienden a lo cómico. En ninguna de las dos historias aparecen nombres reales (menos, quizás, el caso de Gruner). Encontramos estaciones de metro que se llaman “X” o “T”, (dependiendo del momento) y a personajes que se llaman Pe, Gong y Gill que parecen onomatopéyicos. No hay una seriedad, pero quizás sí una sátira hacia lo ridículo, y también un intento de plasmar la poca personalidad del individuo (que vive más bien en un conjunto, también abstracto y sin nombre).

Es importante destacar también, la similitud que existe entre el personaje del guardagujas y Pe, pues ambos intentan disuadir a las personas que van a la estación de coger el siguiente tren.

Ambos cuentos se sitúan en escenarios similares: estaciones de metro, símbolos de la revolución industrial y del avance mecánico que se describen de formas negativas y críticas con esos adelantos. Como ya se ha mencionado, eso forma parte del movimiento gótico y también de lo fantástico, que muchas veces esconde grandes matices políticos e ideológicos (en sus respectivos países, México y Argentina).

Toda la tradición fantástica heredada por Schwemblin se nutre de grandes referentes como Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, que antes que ella, decidieron ahondar en ese sentimiento de lo incómodo familiar y lo extraño en su literatura.


Bueno, podría seguir comentando cosas muy interesantes sobre ambos cuentos y ambos autores pero creo que se alargaría demasiado para una entrada de blog... Espero que con estas pinceladas al menos os haya abierto la curiosidad de buscar las similitudes por vuestra cuenta (si creéis que las hay). Si no, al menos dadles una oportunidad a ambos. La merecen.


¡Nos vemos!

-Yo




























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