No es un río, es más que eso
Vuelvo a pasar por aquí, después de mucho tiempo, para comentar una novela que he leído recientemente.
No es un río es la tercera novela de Selva Almada (Entre Ríos, 1973), y se publicó por primera vez en el año 2020 bajo la editorial Random House en Buenos Aires, Argentina. La autora escribe, bajo el género de ficción literaria, una novela que carece de capítulos, sino que, al igual que otras grandes obras de la época del Boom hispanoamericano, la estructura está dividida por fragmentos que van componiendo la trama. En la novela habrá varias líneas temporales: la primera (el presente de la acción), en la que se encuentran tres personajes y las demás, sobre las que se estructurarán otras muchas tramas en pasado, cuya intención es reconstruir la vida de estos personajes, así como los problemas que les unen. Sin embargo, también se puede interpretar como una multitemporalidad, por la cual, cada personaje vive su historia en un presente diferente al de los demás. No hay un pasado como tal, por mucho que los acontecimientos ya hayan transcurrido para la historia que se cuenta desde el punto de vista de alguno de los personajes.
En No es un río, los amigos Enero y el Negro deciden salir a pescar con Tilo para rememorar las escapadas que solían hacer con su difunto padre, Eusebio. A raíz de esta excursión a la isla, comienzan a surgir los recuerdos de un pasado que se entrelaza con el presente debido al alcohol y el peso sentimental que tienen aquellas historias. A estas visiones se le unirá un enfrentamiento contra los isleños César y Aguirre, que no ven con buenos ojos la forma de pescar de los forasteros. Ellos, por el contrario que los tres amigos, conocen el monte y el río como la palma de su mano. También contarán la historia de las dos jóvenes, Lucy y Mariela; así como la de su madre Siomara, hermana de Aguirre.
Esta obra, que pretende situarse en la actualidad, tiene muchas reminiscencias de un pasado casi gauchesco, que se mezcla con la ecocrítica feminista. En ella, las historias y las fábulas tienen un gran peso cultural para las personas, y por lo general, les envuelve un ambiente casi ilusorio, donde la realidad está opacada. Puede recordar a la forma de narrar de Juan Rulfo en Pedro Páramo, donde el lector no puede distinguir con facilidad qué hechos son reales y cuales forman parte de la imaginación, o de lo fantasmagórico. Del mismo modo, las idas y venidas al presente y el pasado remiten, casi sin pensarlo, a Cien años de Soledad, de García Márquez, donde hay más de una temporalidad mezclada en lo que parece ser el presente. Sin embargo, así como estas obras pudieron servir de inspiración para la autora, sigue recordando a aquellas estructuras regionalistas donde la contraposición campo-ciudad o civilización y barbarie estaban presentes. Por ello, sin duda, puede tener ciertas pinceladas a la obra de Martín Fierro de José Hernández. Esto se ve de forma clara, por ejemplo, en los personajes de Aguirre y César, dos isleños que arremeten contra Enero, el Negro y Tilo al ver la brutalidad con la que pescan y lo poco que conocen el terreno.
Selva Almada se caracteriza por tener un estilo poético realista. No es un río entra en lo que la autora ha catalogado como “Trilogía de los Varones”, compuesta por El viento que arrasa (2012), Ladrilleros (2013) y la que se va a analizar a continuación. Todas estas están protagonizadas por hombres y la relación que mantienen entre sí. En esta trilogía los personajes se funden con el paisaje/entorno, que es el que crea, finalmente, el relato. Todas las obras de Almada tienen un foco muy centrado en el género (pues en esta trilogía el papel de las mujeres está subyugado al del hombre y es prácticamente mínimo). El lenguaje que emplea Almada recuerda a la poesía (podría considerarse prosa poética, o prosa con momentos en los que se introduce el verso), complementada además, por muchos localismos del habla de la región. Las frases son breves y muy poco descriptivas, pero con ellas consigue crear un ambiente repleto de detalles imprescindibles. Las imágenes que plantea Almada en No es un río son exactas, y las acompaña siempre una cantidad abundante de elementos naturales. “El ritmo hipnótico enmarca el silencio de los personajes, que apenas conversan” comenta Verónica Boix en el artículo que publica para La Nación. Precisamente, el silencio juega un papel importante en la forma de construir la historia, ya que más que diálogos, hay recuerdos que se funden con el presente. En la novela, los personajes pretenden poner un fin a un círculo que quedó abierto con la muerte de Eusebio, y este se cierra mediante el recuerdo y contacto con los fantasmas con los que mantienen conversaciones durante su viaje al río. Por esto, y más cuestiones, todo se concentra en un ambiente unido al río, que funciona casi como un personaje más en la obra, pues canaliza muchos de los sentimientos e historias que han sucedido próximos a él.
No es un río podría resumirse en tres fragmentos que aparecen en la propia novela. El primero, que habla del Negro dice lo siguiente:
“Este hombre no es de este monte y el monte lo sabe. Pero lo deja. Que se meta, que se quede el tiempo que le lleve juntar leña. Después, el propio monte va a escupirlo.”
. . .
“Ya me voy, ya me voy, junto la leña y me voy. Dice en voz alta.”
. . .
“Juraría que el monte se ha cerrado.” (pgs.21 y 22)
El segundo fragmento, cuando Enero comienza a ver al Ahogado y va, con once años, a ver al padrino de Eusebio, una especie de chamán que le dice lo siguiente:
“A veces los sueños son ecos del futuro.” (pg. 34)
El tercer fragmento, con Aguirre, mientras pasea por el bosque:
“Conoce mejor al monte de lo que se conoce él.”
. . .
“Y otra vez: no es un río, es este río. Ha pasado más tiempo con él que con nadie.” (pg. 76)
Aunque son muchas las frases que destacan de esta novela de tono poético en muchos aspectos, considero que esas son claves para entender, por lo menos, varios de los temas que aborda Selva Almada. No es un río funciona como un mito, y por ello se va a intentar hacer un análisis de los ambientes que cobran importancia en ese aspecto, al mismo tiempo que me apoyo en las frases escogidas para relacionar las cuestiones entre sí. No es un río se sitúa en una isla de la que el lector desconoce absolutamente todo. “La misma isla o la de al lado o la de más allá. En el recuerdo la isla es una sola, sin nombre propio ni coordenadas precisas. La isla” (pg. 37). Recuerda, del mismo modo a esas regiones casi de ensueño que ya describieron autores como Márquez (Macondo) o Rulfo (Comala). Una isla que podría ser cualquiera, pero es “La isla” y un río que es “ese río” que proporcionan un tono místico y específico dentro de la gran abstracción. Verá, el lector, por qué esa isla es especial, y por qué el río es único, a lo largo de la construcción de los recuerdos.
Para empezar, el hecho de que todo esté tan desdibujado en cuanto a fronteras y precisión, como ya se ha dicho, proporciona una sensación extraña y lejana. Como si la propia historia (aparentemente real) fuese parte de un relato oral o de una leyenda que se ha ido transmitiendo hasta la actualidad. Sin ir más lejos, muchas de las fábulas fantásticas populares comienzan con la tradicional frase “Érase una vez…” a la que le sigue un lugar poco concreto (palacio de alguna ciudad remota o pueblo lejano). No es un río estará constantemente respaldada por esta sensación; pero sobre todo tomarán importancia dos ambientes: el río y el monte.
En el río comenzará el inicio de lo que parece la pérdida de la cordura a la vez que supone un ejercicio de memoria y trabajo mental de reconstrucción de la vida de los personajes que ahí se encuentran. Sin embargo, el estar cerca del río les introduce en una realidad desdibujada, que se ve ayudada además, por la influencia del alcohol. El río, que Selva Almada menciona constantemente, en cualquiera de las subtramas que cuenta, a modo de acompañante de los propios personajes, está asimismo, acompañado de muchos adjetivos diferentes: “agua turbia” (pg. 24) “agua viciada” (pg. 28) “agua marrón”, “río espeso como brea”, “debajo del agua no se ve nada” (pg. 42), “agua espesa” “oscura” (pg. 44), “marrón y chiclosa” (pg. 53). Todos estos comparten la idea de ser un río oscuro, revuelto y tenebroso, como si se ocultase algo dentro de él. No lejos de esta idea aparece la historia del Ahogado, muerto que se le aparece a Enero en sueños y que sale del río (el mismo río que es espeso, turbio y oscuro).
“Abrió los ojos en el agua viciada y lo vio, agarrándose a él, tirándolo de las patas, llevándolo al fondo.” (pg. 28)
Las visiones del Ahogado, como bien dice el propio Eusebio (“Debe ser un mensaje”) funcionan como una premonición. El padrino del mismo, que es un chamán (muy propio de los pueblos, funcionaba muchas veces como curandero) avisa a Enero de que los sueños pueden ser “ecos del futuro”. Ciertamente el Ahogado pasa a ser una visión de su propio amigo, Eusebio, que muere en un futuro ahogado en la parte más oscura del río “espeso como la brea”, y esto perseguirá a Enero hasta el presente, en el que aún sigue soñando con ese hombre. Todo este círculo de casualidades parece formar parte de una fábula imposible y mágica, a la que por el contrario, se le da una plausibilidad casi desconcertante que en ningún momento se cuestiona.
A mi parecer, el río se contrapone directamente con el fuego y la historia de Siomara y sus hijas, cuya madre tiene tendencia a quemar cosas y hacer grandes fogatas (ella es quien “revuelve el fuego con un largo palo”). Siomara, como mujer que ha sufrido la violencia paterna, pobreza, las iras de su hermano Aguirre y las fugas de sus hijas, solo se sostiene haciendo hogueras. “Hacer fuego es su manera de sacar la rabia…” (pg. 69). Las dos hijas, que se revelará en medio de una gran confusión que han muerto y aparecen como fantasmas, están directamente relacionadas con la imagen del fuego por influencia de su madre, y por cómo ellas mismas se presentan en muchas de las escenas (acaloradas, sonrojadas, excitadas…). Para los isleños, toda la violencia va ligada al fuego, y es por ello que Aguirre incendia el campamento de los forasteros, manifestando así su furia. De esta manera se escenifica la destrucción, pero también los dramas y las tragedias. El fuego, igual que Lucy y Mariela, parece una figura fantasmagórica que abarca muchas de las cuestiones ya mencionadas.
El monte y la naturaleza rodea a los personajes (tanto vivos como muertos) confundiéndolos, del mismo modo que hace Juan Rulfo en el desierto con Comala. Personajes como Aguirre parecen que se funden con el ambiente, apareciendo de la nada “Aparece de repente, saliendo del monte” (pg. 44) . Y aquí es donde creo, se centra uno de los argumentos principales (resumido también en las frases iniciales): la oposición entre isleños y forasteros. Aguirre considera a la isla como un paraíso que “conoce mejor que a él”. Si prestamos atención, cuando el río va ligado a Aguirre, no hay oscuridad, sino respeto, admiración. No hay Ahogado ni hay fantasmas. Solo montaña, río, flora, fauna y en contraposición, los extranjeros. Enero, el Negro y Tilo, por el contrario, no forman parte de todo aquello, y por eso al final son expulsados, igual que ellos devuelven al río a la raya muerta. Igual que en su momento dieron al río a su amigo Eusebio, que se convierte en el Ahogado. Los forasteros son la muerte, vista como la invasión de lo natural.
No es un río es una novela que tiene rasgos de un nuevo regionalismo, que intenta destacar por la lengua autóctona (y los dialectos ligados a la naturaleza que solo conocen y usan los isleños), la conservación del paisaje natural, que para ellos se conforma como un personaje más, y el odio hacia los invasores o turistas, que no respetan las leyes de la naturaleza del mismo modo. A esta idea se le puede sumar, además, la corriente de la ecocrítica, en la que trabaja Almada, defendiendo las culturas y los ambientes de los pueblos frente a la masificación.
Toda esta “Trilogía de los Varones” ensalza el papel mínimo de las mujeres, que en este caso son maltratadas y abusadas. Ya se ha mencionado el caso de Siomara y la clara violencia que se ejerce hacia ella, a quien pegaba su padre con un cinturón y que recibe un trato violento por parte de su hermano. En el caso de Lucy y Mariela, dos chicas muy jóvenes, su aparición y existencia se adapta a la de los hombres. Sirven para gustar, y les gusta gustar, así como “sentir la mirada de los señores”. Se sexualizan a muy temprana edad, y finalmente mueren, transformándose en fantasmas que confunden a los extranjeros, pues quizás forma parte del mismo plan para expulsarlos de la isla. Las demás mujeres son prácticamente inexistentes. Se menciona a la mujer de Eusebio, Diana Maciel, de quien solo sabemos cómo se conocieron y cómo ella mantiene relaciones con otros hombres. De las otras mujeres, hermanas y amigas, solo se menciona que cuidan de los hijos o hermanos.
A mi parecer, esta novela se dedica a renovar una tradición literaria desde un foco mucho más actualizado. Selva Almada introduce elementos del mundo moderno (coches, radio, teléfonos, ropas actuales e infinidad de cosas) sin dar la sensación de que sea así. Cuando uno lee la novela omite estas cuestiones y siente que está leyendo una novela que remite a un pasado histórico, casi gaucho, donde lo único importante es el entorno. Todos los localismos y la forma en que tiene la autora de dibujar y construir el entorno que la convierte en una lectura envolvente. Atrapa. Como conclusión diría que esta idea resulta novedosa a la par que desconcertante, pero fluye de la misma manera en que lo hace el río de esta historia.
Espero que os animéis a leerla :) ¡Seguro que os gusta!
Me despido,

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