Alejandra, por encima y debajo

Hoy me apetecía escribir una entrada más breve, completamente personal y, por lo tanto, subjetiva y abierta a distintas opiniones (además, hablo de una grande de la poesía). Quizás sea precisamente eso lo que da cierto vértigo: hablar u opinar sobre Pizarnik desde un plano más superficial o, si se quiere, más simple. Pero también creo que la poesía, a veces, se trata justamente de esas primeras intuiciones.

15 poemas de Alejandra Pizarnik | La otra poesía

Por eso quiero dejar aquí unas pequeñas pinceladas sobre esta autora, a la que hay que leer con calma y con cierto ánimo .

La vida de Alejandra, en sí misma, podría considerarse poesía. Y aunque parafraseo a Mariana Enríquez, es una afirmación que comparto plenamente.

Al releer sus poemas me doy cuenta de muchas cosa y aunque este texto no pretende ser un análisis académico, quiero hacer una reflexión personal, algo así como  compartir aquello que me ha interesado o conmovido de ella tras las relecturas.

A lo largo de todos sus poemarios aparecen una serie de símbolos constantes. (Diría incluso que Pizarnik es una poeta simbolista: los objetos que emplea mantienen su significado, aunque evolucionan con el tiempo). Los que más me han llamado la atención son: el sol, la sombra, el silencio, la noche y la poesía —o la palabra, el acto de escritura, la metaliteratura. Para muchos, la poesía de Pizarnik puede parecer compleja por esa reducción de la palabra a la nada (sobre todo en su primera etapa): una especie de poética del silencio que, sin embargo, tiene mucho que decir.

La sombra aparece ligada a una entidad que, a veces, parece unida a ella y, en otras ocasiones, se distancia, dejándola en un vacío profundo. Esa entidad —quizás un amor— está siempre tratada desde una sexualidad discreta, casi censurada por ella misma (o por fuerzas externas).
Por eso, y por muchas otras razones, Pizarnik siente la limitación de la palabra y del lenguaje, aunque al mismo tiempo se entrega por completo a ellos.
Como en los cuentos infantiles (pensemos en Peter Pan), la sombra va “cosida” a la persona, porque le pertenece: es la misma persona en otro plano, no material, pero tampoco del todo espiritual. Pizarnik juega con ese concepto: la sombra como algo más grande que la envuelve y la persigue, una entidad que cobra voz propia y atormenta sus pensamientos más oscuros.

El sol —ya sea amarillo, verde, rojo o negro— aparece con frecuencia en su obra, y, pese a lo que podría pensarse, suele ser un símbolo incómodo, incluso hostil: la luz la abrasa, la agota.
El día, frente a la noche, se percibe como algo negativo, porque cansa. Ella se identifica con el color rojo, quizá en relación con la sangre, imagen que también emplea en su juego constante de fascinación y devoción hacia la muerte.

La noche, en cambio, aunque temible, es un espacio de recogimiento.
Se presenta como un lobo, o una niña lobo: una figura oscura, tétrica, pero al mismo tiempo protectora. Noche y soledad van de la mano; noche, soledad, desamor, muerte y vida, también.
Aunque parezca un oxímoron, Pizarnik se siente más cómoda de noche, lejos de la luz. Es el momento del pensamiento, del silencio y de la poesía. El momento en que se encuentra más cerca de esa sombra.

El lenguaje poético, finalmente, es una de sus obsesiones más profundas. Se pregunta qué significa escribir y para qué se escribe.
Qué sentido tiene hablar del amor o escribir un poema en medio del silencio.
A veces parece sugerir que la mejor manera de gritar ante el vacío de la existencia es precisamente eso: escribir un poema.

Uno de los textos que más me ha impactado —no por su simpleza, sino por su fuerza— es este:

"como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme"

En él se condensa gran parte de su universo poético. Ese silencio de las cosas parece decir que cuanto más se habla, menos se dice. Está en sintonía con su poesía posterior, más cercana a lo ilegible.
Pero ahí, en ese punto donde confluyen el silencio y el exceso de palabra, surge otra cuestión: que quizás ni la palabra ni el silencio logran expresar del todo la verdad.
La poesía no basta, el habla no basta, y todo permanece oscuro  porque no se ve con claridad : "hablas para no verme."

La no-palabra se funde con la noche de manera metafórica y metafísica, y es entonces cuando se siente la soledad en "el silencio de las cosas".
Que un poema “se entere” de ese silencio va más allá: el acto poético o la poesía en sí misma cobra vida más allá del poeta, como ya señalaba Juan Ramón Jiménez con su idea de la “poesía pura”.
La poesía existe antes del poeta, y es él quien, al escribir, la materializa.
Pizarnik parece consciente de esto y le otorga al poema cierta autonomía, una conciencia propia. Quizás esa misma sombra que la acompaña en las noches de lucidez.

Y lo dejo aquí, porque aunque toda su obra merece un estudio mucho más profundo, hoy me he prometido no serlo demasiado.
Nos vemos por aquí o por allá. O quizás no.

-Yo

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