El último patriarca, Najat El Hachmi
Quizás algunos conozcáis a Najat por sus artículos de El País, periódico español. Otros puede que nunca hayáis oído hablar de ella… yo hoy dejo de lado el cine (momentáneamente) para presentaros su faceta de escritora, y concretamente su libro de El último patriarca (2008) que recomiendo encarecidamente, no sin antes advertir de la crudeza de los acontecimientos que en él se abordan.
Aviso de que quizás esta entrada sea extensa y trataré de abordarla comentando una cita concreta. Sin más, espero que la disfrutéis.
La descendencia en una familia de creencias musulmanas arraigadas siempre ha sido importante. El varón, que se ha de transformar en patriarca, debe de ser tratado y valorado por lo que es: la figura principal de la familia sobre la que han de girar el resto de personalidades (hermanas, madres, hermanos menores y, en última instancia el padre, al que le relevará en sus funciones). Este mismo esquema se presenta en un pequeño pueblo musulmán sin especificar, donde la familia Driouch concibe a Mimoun, que crecerá hasta convertirse en el último patriarca de su familia. En su historia se observará cómo va incrementando en él el odio y la violencia, que no cesan ni al nacer su hija.
Resulta complicado quedarse con tan solo una cita que pueda explicar y expresar todo aquello que Najat cuenta en su obra, que es totalmente desgarradora. Por ello, más que un pasaje impactante (que, desde luego, abundan en la obra), voy a escoger una frase que para mí concentra varias ideas muy importantes a lo largo de esta historia y sus personajes. Esta, que se repite a lo largo de la novela, en bocas diferentes y de forma diversa (pero siempre utilizando las mismas palabras) es la siguiente “Entendió que ese no había de ser su destino.”
Esta cita así, suelta, puede decir poco, o quizás mucho. Pero la realidad es que esconde un gran peso de las creencias, decisiones y contradicciones necesarias para el desenlace de la obra y la evolución de la propia familia Driouch.
El primero en pronunciar estas palabras es Mimoun, cuya infancia se ve rodeada por una gran violencia hacia él por parte de su padre (o abuelo, porque la novela está contada desde el punto de vista de la hija, que todavía no ha nacido en este punto). Mimoun es consciente, desde la primera bofetada, literal, de realidad de que algo no está bien, y que, por lo tanto, no “debía de ser ese su destino”.
Es por esta idea que al principio parece que el personaje de Mimoun va a ser un transgresor de su propia cultura, pero conforme avanza la historia se comprende que todo el sufrimiento e incomprensión que padece de niño es precisamente lo que genera en él un odio inconmensurable para cuando es mayor. Más incluso, que el de su propio padre.
Sin embargo, el inconformismo de no sentirse a gusto con la vida que le ha tocado hace que se convierta en un mártir a quien todas las mujeres de la familia han de proteger. Hay un concepto que se repite a lo largo de la vida de Mimoun, la idea de pedir y recibir, puesto que, al ser un patriarca, nadie se puede negar a sus necesidades. Por ello, se le permite obtener a la mujer que quiere a la edad que él desea, además de continuar con otras muchas relaciones sexuales simultáneas de las que la mujer es consciente. Es por capricho que va al extranjero, donde también consigue que otro musulmán haga el trabajo de la casa en la que ambos conviven… Mimoun tiene lo que quiere hasta que deja la idea de inconformismo con su destino, y se asienta y conforma. Eso sí, sin dejar de lado las creencias y violencia.
Mimoun, al fin y al cabo, se ha criado en una cultura en la que se pasan por alto cosas que a la sociedad occidental puedenparecernos conflictivas en muchos aspectos. La violencia intrafamiliar y las brutales palizas del padre hacia hijos y bebés nos alerta. Pero también lo hacen las costumbres (relaciones sexuales con familiares no directos, por ejemplo), las supersticiones, creencias y rituales que, como indica la hija del propio Mimoun cuando vuelve de Barcelona, parecen raros y lejanos; atrapados en otros tiempos. Pero sin duda, el choque más doloroso es el de la violencia que se ejerce hacia las mujeres.
Najat nos describe esta violencia física de tal forma que el lector la entiende como algo cotidiano en la vida de estas mujeres, cargadade brutalidad y dolor. Página sí y página también, Mimoun va desarrollando un desprecio hacia estas enmascarado con la idea de una falsa protección. Porque desde la perspectiva occidental el concepto de machismo lo tenemos mucho más presente que, en este caso, la familia Driouch, que ni se lo plantea, porque no hay posibilidad de que las mujeres puedan ser libres. Esta idea de libertad será, al mismo tiempo, lo que progresivamente busque la hija de Mimoun (que sabe que ese no debía de ser su destino), y lo que terminará con el último patriarca. Pero solo llegará a ella cuando pase muchos años en Barcelona, (donde hay un gran choque cultural) y se vaya dando cuenta de las injusticias que sufre, tanto por parte de su padre como por su madre (que vive bajo el yugo de Mimoun, y a quien no se le ha presentado la posibilidad de otra forma de vida, y, por lo tanto, rechaza por miedo a lo desconocido).
Es entonces cuando digo que esta idea del “destino que no debe ser” se traspasa a su hija, que lo menciona un par de veces sobre todo en la parte final del libro. Al contrario que Mimoun, que cambia su destino prácticamente de forma pasiva, sin ser él el que mueve los hilos, ella decide tomar las riendas de su vida y darle un giro completo. Pasa a ser la hija adorada de su padre a la hija que lo deshonra.
El concepto clásico de la honra, que tanto se ha mencionado en la literatura, es algo muy que está muy presente. Esta solo puede verse alterada en la figura del varón por culpa de las mujeres (si estas, como dicen ellos, se insinúan, provocan o simplemente salen de casa), y, una chica es considerada una mujer apta para ser capaz de deshonrar a un hombre cuando le baja la primera regla. Entonces, empiezan los cambios, las órdenes y como bien se indica, “el enclausuramiento progresivo”.
En la historia hay muchos puntos que rozan lo marginal, lo apartado. Para empezar, nos encontramos con protagonistas aislados en todo momento: aislados de la ciudad principal; aisladosporque sus costumbres les impiden relacionarse y aislados porque se mudan a otro país donde son ellos son los diferentes y todas las costumbres cambian. La sensación de soledad es una constante, y aparece tanto en las mujeres, (encerradas de forma permanente en casa) como en la propia familia, incapaz de relacionarse con la gente española (o cristiana) por la incompatibilidad de las culturas.
El miedo a lo desconocido hace que al final se agrupen en lo que ellos mismos conocen. Por ejemplo, la hija se hace amiga de chicas que sufren cosas muy similares a la suya, pues siente que con ellas puede hablar y sentirse comprendida. La madre se relaciona únicamente con su vecina Shoumisha, y se mantiene alejada de cualquier mujer europea (a quienes también desprecia por las grandes diferencias que las separan). Solo hay una persona no musulmana que intenta servir de apoyo para la hija de Mimoun, la profesora, que progresivamente también se irá alejando por lo mismo: la incompatibilidad y la imposibilidad de hacer frente a algo que desconoce. En cambio, Mimoun sí se relaciona con cristianos, pero porque al ser un patriarca, las leyes establecidas no se le aplican de la misma forma que a las mujeres; y porque cuando lo hace, siempre está de trasfondo la intención sexual (marcadatambién por un cierto desprecio a que las mujeres occidentales son más como dice él mismo putas, porque ejercen una libertad sexual que él condena en su propia mujer).
El desconocimiento es una de las grandes problemáticas que plantea esta novela. Casi todos desconocen, y solo algunos saben que ese no debería ser su destino. Se plantean situaciones en las que los personajes no saben cómo actuar, ni de qué forma, ni si lo lógico es actuar frente a las situaciones tan desgarradoras que se plantean. ¿Es una injusticia, o es lo que tiene que ser? Al principio la hija se tapa los oídos ante las bofetadas que recibe su madre, luego, decide que no es lo que quiere para ella.
Esta novela es un grito profundo y una queja, pero a la vez una muestra de todas esas mujeres marginadas a las que no se presta ayuda, a las que se viola, usa y explota dentro de la cultura musulmana. Es una crítica a la tradición más estricta de todas, y que tanto cuesta a veces cuestionar o denunciar si has pertenecido a ella o si se es completamente ajeno. A la hija de Mimoun le cuesta escapar, pero sabe que eso no es ser libre. Este libro es una muestra de que la marginalidad se puede servir de muchos puntos: externos e internos. Puede que Mimoun sea una persona marginal cuando viaja solo y se enfrenta a una cultura que no es la suya, por eso entonces “calla y sonríe”. Pero también es el opresor dentro de su propia estructura familiar, conformada a raíz de una marginación que se da como válida y que ni se plantea. Hay una marginación de la familia Driouch hacia el resto de la sociedad que no se comporta según sus tradiciones (y con la que se muestran muy críticos). Pero también hay una marginación de la sociedad occidental y cristiana que no interfiere en la musulmana porque la desconoce y prefiere no inmiscuirse en cuestiones que consideran ajenas.
Para esta última cuestión, y sobre todo si hablamos de España, siempre va a tener una gran relevancia la Expulsión de los Moriscos de 1609, donde, lejos de intentar convivir con otra creencia y religión, se decidió echarlos del territorio. Salvando las distancias, hay cierto parecido y ciertos juicios de valor erróneos que persisten en muchas personas, y manifiestan ese “desprecio” hacia el musulmán y su cultura. El no inmiscuirse y el dejar de lado (como se ve en esta novela) es algo que el español escoge antes que hablar con la víctima de un posible (y evidente) maltrato. Sin embargo, también considero, que este abandono forma parte (y cada vez más) de un individualismo colectivo, y del miedo a confundirse, o coloquialmente, a meterse en donde no se ha sido llamado.
Esto es lo que creo, hace de esta novela algo transgresor, porque a la vez que se entiende que toda la violencia ejercida, toda la censura y el maltrato están mal, no se sabe bien cómo erradicarlas. Objetivamente son desgarradoras, pero ¿es cuestión del occidental, o más bien, en este caso, del español, cambiarles la perspectiva? O ¿hasta que ellos no la cambien, por mucho que nos metamos con la cultura de otros, nadie lo hará?
El último patriarca es una novela que te abre la posibilidad a nuevas dudas, digresiones y puntos de vista. Se pasa mal, y uno se siente impotente al leerlo, quiere ayudar, pero no puede. Quiere entender y le cuesta. Al final solo sabes que ese no debería ser el destino de algunas de estas personas.
Sin duda, una obra que deja la incomodidad de haber leído no solo una, sino muchas historias a la vez.
¡Nos vemos!
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